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La paciencia, un aliado de la felicidad que necesita ser trabajada en todos los entornos.

¿Te gustaría ser una persona que no se frustra cuando vive situaciones que no suceden cuándo y cómo esperaba? Quedarse “atrapada” en la Ronda de dalt, perder un tren o un ascensor, estar en una cola para pagar el café de las 8 de la mañana que avanza muy lentamente, etc. La paciencia es, simplemente, la habilidad de saber esperar lo que tiene que llegar.

 

El hecho de que cada vez podamos controlar más cosas hace que nuestro organismo tienda a ser más impaciente ante situaciones concretas (tanto en el ámbito laboral como fuera de él).

No ser pacientes hace que incrementemos por decenas los momentos del día en que nuestro organismo está en alerta, y ese “estado de alerta permanente” no es positivo en ningún sentido. Estar alerta a los whatsapp, a los e-mails, a las llamadas, a esperar que ciertas situaciones/procesos se aceleren, yendo en contra de su naturaleza.

Siendo impacientes “rompemos” la cadena de aprendizaje y vemos alterada nuestro sentido de la proactividad, a la vez que dinamitamos nuestra capacidad creativa y productiva.

La respiración también se ve afectada por la impaciencia. Nuestro cuerpo está más acelerado y no toma conciencia de la necesidad de realizar de vez en cuando esas respiraciones que son tan necesarias en momentos que denominamos “pausas activas” que deben estar muy presentes en el entorno laboral. Si no tenemos tiempo para aprender a respirar, no tenemos tiempo para vivir en plenitud.

En el ámbito laboral, la impaciencia impide la correcta adquisición y posterior aplicación de cualquier conocimiento, su memorización, y la capacidad de enseñarlo/divulgarlo a los demás.

¿Por qué estamos acostumbrados a trasladar a los demás las satisfacciones de nuestras urgencias? ¿Por qué no sabemos esperar, confiando en la autonomía que damos a las personas que forman parte de nuestro entorno?  

¿Una persona con más paciencia es una persona más feliz?

¡Sí! Una persona feliz es una persona que sabe esperar, sabe hacer descansar su cuerpo y que sabe identificar los momentos en los que su organismo tiene que estar en alerta. Sabe que la satisfacción está en haber sabido esperar, en haber prescindido de la satisfacción automatizada que reina en esta sociedad de la información.

De hecho, la paciencia está considerada una virtud, pero debería normalizarse en el entorno del aprendizaje. Un artículo del portal The Conversation, indica que “Educar en la paciencia y la incertidumbre hará que los niños tengan una madurez más feliz”. Interesa, y mucho, trabajar acaso la paciencia en las personas que son el presente y futuro de nuestra sociedad.

¿Qué relación tiene el cerebro con la paciencia?

¡Mucha! De hecho, uno de los químicos asociados al bienestar como es la serotonina, fue objeto de un estudio científico por parte del Instituto de Ciencia y Tecnología de Okinawa (OIST), en Japón, concluyendo que la actuación de la serotonina sobre determinadas áreas del cerebro promueve la paciencia y la capacidad para controlar los impulsos.

Si la serotonina es liberada en algunas regiones concretas de nuestro cerebro, provoca que la necesidad de gratificación se vea reducida.

¿Cómo producir la serotonina? Dormir las horas, tomar café por las mañanas, hacer ejercicio o comer triptófano (presente en legumbres, nueces, tofu entre otros alimentos) ayudan sin duda a tener la serotonina que necesitas. A más capacidad para producir serotonina, más capacidad tendremos de ser pacientes ante cualquier situación de nuestra vida.

¿Estamos a tiempo de convertirnos en personas más pacientes?

Sí! Por suerte la paciencia se puede “cultivar” y poner en práctica. Así lo indicó en su día un estudio que publicó la revista Journal of Positive Psychology en 2012.

¿Quieres saber tres pasos para revertir la situación? A continuación te exponemos las claves para trabajar e ir aplicando progresivamente esa paciencia que tanto necesitas en tres simples pasos.

  1. En primer lugar, en identificar las situaciones que te hacen “salir en defensa” de tu ritmo de vida. ¿Qué es lo que te molesta? Identifícalo.

  2. A partir de ahí, es hora de promover internamente una integración que conste en una repetición de una idea, de un pensamiento (o sea, un mantra), que “aleje los fantasmas” de nuestra impaciencia, cómo, por ejemplo: “Estoy en esta cola respetando el turno como las demás personas. Mi turno llegará, y no tengo tanta prisa ahora mismo como para que esta lentitud tenga que afectar a mi día a día.”

  3. Una vez tenemos claro nuestro “plan de choque” básico ante situaciones que nos pueden impacientar, es hora de verle la parte positiva. ¿Por qué no además de poder controlarme ante estas situaciones puedo salir reforzado? Si además de conseguir controlarme ante la lentitud de una cola, puedo convencerme que ante esta situación “estoy creciendo como persona” ya que además de saber esperar estoy siendo simpático mostrando mi mayor personalidad cuando por fin llega mi turno, estaré transmitiendo la energía necesaria para autoabastecerme de buenas sensaciones para proseguir con mi día a día… y seguramente estas “buenas vibraciones” las transmitiré a las demás personas que me ven y escuchan.

Infografía de la paciencia, desarrollada por feliciCat

Fuente: Institut Català de la Felicitat

En conclusión, que como todo en la vida, si queremos evolucionar o adquirir una actitud como es la paciencia, debemos ser constante y “pasar a la acción”, más allá de decir que “vamos a hacer lo posible” por dejar atrás la impaciencia.

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