El orden y la felicidad. Caminos que no pueden separarse.
En términos generales, las personas de las sociedades desarrolladas, con acceso a los mejores conocimientos y contenidos, no sólo no saben simplificar su vida, tampoco ponerla en orden.
Sí, es cierto. El concepto “ felicidad” es diferente para cada cual de nosotros. Cada persona tiene objetivos, ambiciones, gustos, intereses y percepciones diferentes que lo llevan hacia lo que él/lla entiende como su “clímax” emocional de carácter puntual y transitorio.
El que también es innegable, es que como seres humanos del siglo XXI estamos inmersos en una sociedad donde cada vez hay más insatisfacción, y en la que el bienestar personal se asocia a más deseos, la mayoría de ellos de ámbito materialista.
Es por este motivo que, en este artículo, expondremos la relación del orden con la felicidad. Orden en diferentes entornos, tangible y no tangible. El orden provoca bienestar, sin duda. Bienestar emocional, de sentir esta liberación que supone llegar a casa y encontrarla ordenada. El mismo con el escritorio de nuestro puesto de trabajo.
¿Y nuestra mente? ¿Sabemos poner en orden nuestros pensamientos? ¿Sabemos identificar y gestionarlos correctamente? I es que, más allá del que nos digan personas que hacen, (y muy bien) su trabajo, como La Ordenatriz o la Marie Kondo, hace falta saber gestionarnos internamente, autocargarnos y automotivarnos.
A continuación, definimos tres tipologías de orden. Todas ellas están estrictamente relacionadas.
Orden externo I (en casa)
Nuestra casa, nuestro hogar. Un lugar en el que convivimos con seres queridos, donde nos relajamos, reflexionamos y dónde, en la mayoría de los casos, tomamos las decisiones más importantes de nuestra vida.
Es necesario disponer y de tener acceso a todo aquello que nos pueda satisfacer una necesidad. Hay métodos como el denominado Getting Things Done, el método de organización que fue desarrollado por David Allen, famoso consultor en productividad. Todo lo que no hayas utilizado en los últimos 365 días del año, regálalo, tíralo o recíclalo.
Una casa tiene que “respirar” simplicidad. Se tienen que disponer de los objetos necesarios y estos tienen que estar integrados en un espacio funcional. Un entorno que te libere de tareas, que te facilite la vida y que te permita priorizar y tener tiempo por las cosas que son importantes. Estamos hablando de tener lo que realmente necesitamos y tenerlo “a mano”. ¿Tanto cuesta aplicar este ejercicio de orden y de simplicidad? Pues sí, y mucho. Guardar objetos por motivos emocionales o por pereza es un aspecto muy frecuente en muchos hogares.
Estamos hablando de un espacio con diferentes ambientes, en los que a menudo viven diferentes personas. Gestionar todo este proceso, a veces comporta un desgaste que poca gente está dispuesto a asumir. Ya tenemos bastante con nuestro “día a día”.
Orden externo II (en el trabajo)
Ya lo dicen: Una persona que tiene la casa desordenada, raramente será ordenado en el trabajo. ¿Conoces alguna persona que cumpla esta cita?
Tener ordenado el escritorio, la agenda (y, por tanto, las tareas y compromisos) son aspectos que las empresas y responsables de equipos valoran. Una empresa puede invertir en herramientas que mejoren la productividad y la comunicación interna, pero si una persona no tiene la “cultura del orden” integrada, tampoco logrará ese orden en el ámbito laboral. A nadie le gusta trabajar con una persona que puede llegar a desprender “caos”.
Una persona desordenada en el trabajo le cuesta decir “no “, no agrupa las tareas similares en bloques, y en general no sabe gestionar su tiempo.
Las empresas que valoran las personas “multitasking” tienen claro que esta faceta es una ventaja, pero una persona ordenada no acostumbra a estar pensando en la ejecución de diferentes tareas a la vez. ¡Que no nos engañen! Sólo hacemos las tareas de una a una. Otro aspecto es poder completar un proceso, como por ejemplo, que un cocinero prepare un plato muy elaborado que consta de la ejecución de muchas pequeñas tareas. Estas tareas se hacen una a una. Que la olla o la Thermomix estén funcionando mientras tratamos un ingrediente, o que un programa informático esté generando un informe mientras nosotros interpretamos unos datos no nos hace “multitasking”.
Orden interno
¿Y nuestra mente? ¿Quién piensa en ella si no lo hacemos nosotros? Este ejercicio “de egoísmo” es el que nos puede llevar hacia la felicidad, y en muchas ocasiones, cuando más lo necesitamos.
Practicar el autoconocimiento, saber “parar la máquina”, desconectar de la sociedad de la (des)información, y de todos los dispositivos inteligentes y apps que nos rodean, es el que nos hará mantener la concentración y saber cuál es nuestro propósito. Y recordad: quien tiene claro su propósito en la vida tiene muchas más posibilidades de lograr la felicidad. El orden interno nos permite no desviarnos de nuestro objetivo vital.
Una persona ordenada mentalmente puede controlar mejor todas las situaciones, y cuando decimos todas queremos decir todas. Puede identificar y disuadir cualquier pensamiento que pueda distraerle.
Además, el orden interno también está asociado a la práctica de una actividad intelectual como puede ser la lectura, por ejemplo. Después de un día agotador, leer un libro permite al cerebro relajarse progresivamente. Poner a prueba la creatividad y meditar también son actividades que aportan orden a una mente. Una mente que puede “caer en la trampa” de la complejidad con mucha facilidad.
A más orden, más serenidad, más humor y, por lo tanto, más capacidad para gestionar los conflictos tangibles e intangibles, en los que la necesidad de planificar y priorizar tareas para empezar a sentirnos mejor en nuestro entorno y nosotros mismos es esencial.
A continuación, os exponemos la siguiente infografía en la que se mencionan los cuatro (4) consejos sobre cómo lograr este orden tan deseado en nuestras vidas.